miércoles, 16 de noviembre de 2016

Foto: El encuentro entre Villa y Zapata



Esta imagen fue capturada por el fotógrafo Agustín Víctor Casasola el 6 de diciembre de 1914, donde Villa, Zapata y otros revolucionarios posan para la cámara en el salón presidencial de Palacio Nacional, tras tomar la Ciudad de México.

Al centro tenemos a los dos líderes. El General Villa se ve contento, sonriente, dicharachero, es el único de todos los fotografiados que mira hacia su derecha. se encuentra sentado en la silla presidencial que fue símbolo del poderío de Don Porfirio Díaz, ya que Zapata se negó a sentarse en ella argumentando que dicha silla volvía malos a los hombres buenos. El general Zapata se encuentra a la derecha, serio, introvertido, con un puro en la mano y en una postura visiblemente incómoda.

La mezcla racial es total. Hay indios de piel casi negra, mestizos y "güeros". Hay niños y ancianos. Hay rostros "aristocráticos" como los dos caballeros de bigote que se encuentran a la derecha así como campesinos con la piel curtida por el sol, y hasta un "gringo" de lentes y sombrero, en la parte superior izquierda de la fotografía.

A la derecha de la imagen con la cabeza inclinada hacia el centro como si alguien le avisara que está fuera de cuadro, tenemos al general Rodolfo Fierro, mano derecha de Villa y uno de los hombres mas despiadados, crueles y sanguinarios de la historia de México. Arriba, detrás del niño, se encuentra el general Felipe Ángeles, tercero al mando de Villa, y quien fuera la contra parte de Fierro, ya que se trataba de un hombre educado y un militar de carrera.

Sólo tres personas sonríen: Villa, Fierro (levemente) y el niño junto al hombre con la cabeza vendada. El resto tienen una cierta expresión sombría, para nada acorde con un momento victorioso como se supone el de aquel día. Podríamos sólo suponer que se debe a la presencia de la cámara, quizás por primera vez, ellos eran los sujetos de la historia y no sus observadores.

Al mismo tiempo, y probablemente esto es lo más importante, esas miradas adustas puede que tengan que ver con una cierta sensación de ansiedad. Tres días antes de la toma de esta imagen, Zapata y Villa se preguntaban… ¿y ahora qué?

Ninguno de los dos tenía en realidad ningún interés en hacerse con el poder del país. Villa deseaba regresar al norte y establecer allá una especie de hacienda-república propia. Por su parte, Zapata siempre había dejado claro que estaba en la Revolución porque quería garantizar el derecho indio sobre los títulos de las tierras de Morelos, nada más. Zapata sólo deseaba volver al sur una vez que la victoria había asegurado ese derecho. Y así fue. Ambos regresaron a sus respectivas tierras, dejando una suerte de vacío de poder que pronto sería ocupado por intereses paulatinamente alejados de los representados por villistas y zapatistas.

Y he ahí quizás la fuerza de esta imagen. Retrata a los personajes de una revolución cuyo objetivo no era el poder en sí mismo, sino la consecución de unos objetivos precisos, de raíz plenamente popular (aunque también caudillistas) y local. Las revoluciones en Rusia, Francia, USA, Cuba, etc., fueron motivadas por la toma del poder global y la transformación estructural. En México, la revolución fue la simple (y compleja) expresión de historias y memorias locales que se habían quebrantado durante siglos. 


La perspectiva de una revolución nacional quedaba superada por el compromiso directo con la recuperación de identidades locales que había sido usurpadas históricamente. En la sobriedad de los rostros de esta fabulosa imagen quizás detectamos no la alegría de la victoria, sino la serena y cansada certeza de la libertad de un recluso tras decenas de años de penuria, quien al verse libre, siempre tendrá el recelo como la más auténtica defensa de su dignidad.

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