Es muy TRISTE, conocer la HISTORIA de estos NIÑOS... Sin mayor preambulo, vamos a conocer a Bagii un niño de Mongolia y su HISTORIA.
Dejemos que Bagii, nos narre lo que es ser un NIÑO RATA en Mongolia...
Hola. Me llamo Bagii. Es lo único que tengo; un nombre. El resto lo comparto con mis compañeros. Bueno, a veces también comparto incluso el nombre; otro Bagii [Nyamdavaa] vive en una arqueta en el ramal oeste a cuatro codos de aquí, y alguna vez ha venido a basurear con los nuestros.
Mi padre era pastor y teníamos unas tierras que labrar y donde esparcir nuestros animales; unas cuantas ovejas y unos percherones, suficiente para dar de comer a toda mi familia. Tras la gran democratización de los noventa, se privatizaron y nos arrancaron de la finca y se llevaron los animales. Las devastadoras tormentas invernales del 2001 hicieron el resto. Nos quedamos sin nada,…mis padres me enviaron a la ciudad a buscar un futuro, ahora sólo tengo amigos…
Vivo en Ulán Bator, la capital de Mongolia; un país atrapado entre la Siberia rusa y el norte de China. Según nos cuentan algunos de los sexo-turistas que contratan a mis hermanas, es la capital más fría de la tierra, con temperaturas de hasta 40 grados bajo cero en invierno. Afortunadamente la unión soviética construyó en los años 60 uno de los sistemas de calefacción comunal y descomunal más importante del mundo, con una red de tuberías y canalizaciones compartidas muy extensa… éste es ahora mi ‘cálido’ hogar.
No es fácil encontrar una buena arqueta. Las tuberías salen a más de 90 grados cerca de las centrales y es difícil convivir con ellas incluso en invierno. Para ello construimos unas camas de cartón y basura sobre las cañerías que nos aíslan del frío y del calor hasta que se la comen las ratas…
El alcantarillado está numerado y dividido por sectores y distritos. Cada sector es controlado por una banda juvenil que cuida y vigila cobijo y posesiones hasta la muerte: «Cruzar al lado enemigo supone pelea, algunos amigos han muerto al ser cazados cuando iban en busca de algo de comida».
Yo soy el cabecilla de mi banda, un grupo de ocho jóvenes y un bebé nacido aquí abajo que compartimos los alimentos, las limosnas y, sobre todo, los peligros de la calle. Todos somos excrementos de nuestras familias, fusilados por la violencia doméstica, acabamos compartiendo presente y pasado, pero no hablamos del futuro más allá de la comida que buscar mañana…
Algunos dicen que nos resguardamos del frío, pero nos guarecemos, sobre todo, de los adultos a los que llamamos “dioses” por su tamaño y fuerza. Mendigos, borrachos y ladrones de nuestras pequeñas fortunas que abusan de su natural ventaja para expoliarnos día a día. La escarificación de nuestros cuerpos es la prueba de azotes y palizas de éstos adultos y adolescentes abusones como castigo por la negación a su sometimiento. Una trozo de cristal es suficiente para estampar su firma en nuestro cuerpo. Nos marcan como su ganado para ganarles su pasto.
Nuestro actual hogar es un practicable de unos 40 metros cuadrados, y cuatro salidas directas a la calzada. Siempre tiene un palmo de agua por fugas del sistema, pero estamos acostumbrados a saltar y brincar como ardillas entre basura, ratas y tuberías. No hay luz natural. En realidad, no hay luz de ningún tipo cuando las tapaderas están en su sitio. Si entra luz se escapa el calor. Por la noche las velas y los viejos mecheros compiten con la memoria por descifrar el camino. Pero la luz traiciona. También ilumina el camino a nuestros enemigos.
A partir de primavera, después del amanecer y cuando el sol ha calentado unas horas, nos dividimos para buscar el sustento diario. Unos a los vertederos o a lavar coches, otros a la estación de trenes a cargar maletas o a mendigar y los más, siempre dispuestos a prostituirse por menos de un dólar (cuando se paga claro). Muchas veces me pregunto si los ratas somos nosotros o los del otro lado de la tapadera. Aquellos que se niegan a pagar, bajando la mirada, cuando limpiamos sus cristales; esos que nos ignoran cuando cargamos sus maletas o esos otros que directamente nos encarcelan para lavar la ciudad de escoria a los ojos de turistas o las visitas ocasionales de autoridades.
Después de la impredecible jornada nos reunimos en la galería para hacer intendencia. Vender botellas vacías es el mejor y más seguro recurso para comprar nuestros manjares habituales. Un poco de vodka y sopa de fideos chinos. Ésta la entibiamos directamente sobre las acometidas más calientes de nuestro zulo. La ropa, evidentemente, la reciclamos de vuestra basura. La que llevo justamente ahora es un regalo de un taxista que me atropelló tras una mala salida.
Los cambios de residencia y las bajas son continuas. Alguna tubería ha reventado y matado por abrasión al niño que la abrazaba y de frío a los que de su calor dependían. La neumonía es nuestra peor enemiga y las venganzas de otros bandos y escorias diezman el nuestro. Es muy frecuente rociar y prender con gasolina o disolventes las alcantarillas para vaciar y conquistar ‘a la fuerza’ nuevos territorios del subsuelo, bajo la pasividad de las más que cómplices autoridades
Esta es mi vida en el subsuelo, debajo de las huellas que deja la tuya. ¿Puedes mirar ahora más allá de tus zapatos?
¡Buena caza!
Según UNICEF, Mongolia no ratificó la convención internacional de derechos del niño hasta 1990. Con la caída del comunismo y la lenta transición a la democracia la distancia entre las clases ricas y pobres aumentó en la misma proporción que la huída masiva del campo a la ciudad. Escuelas, fábricas y granjas comunales fueron cerradas o privatizadas, mientras que los escasos servicios sociales dejaron de existir. Los niños y marginados poblaron entonces la capital en busca de un futuro en una ciudad colmada, ya por entonces, de pobreza y subdesarrollo (35% de los mongoles vive bajo los estándares de la pobreza). Algunas llamadas poco inteligentes promueven ahora el sellado de las alcantarillas para acabar con el problema pero está demostrado que el clima exterminaría por completo a sus inocentes habitantes.
Varias organizaciones como UNICEF, Save the Children y World Vision iniciaron entonces importantes programas para la integración de estos chicos abriendo varios centros de acogida. El esfuerzo es grande pero la pobreza del medio al que deben incorporarse convierten las medidas en meras tapaderas temporales de un problema cuyas raíces son más profundas que la propia red de saneamiento.
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