Bien lo dice la CANCIÓN de The Eagles, este es un lugar al cual puedes entrar cuando quieras, pero del cual no puedes irte...
Ahora platicaremos sobre el Manicomio de LA CASTAÑEDA, un lugar del cual la Psiquiatría Mexicana, prefiere recordar como un MAL SUEÑO... Como algo que merece ser olvidado y enterrado... Así como encerrado en los SÓTANOS del OLVIDO, como si de un PACIENTE LOCO se tratara.
Bienvenidos a las PUERTAS DEL INFIERNO... Bienvenidos a LA CASTAÑEDA...
Su TERRORÍFICA HISTORIA, ya que no se me ocurre palabra... Comienza en los años del buen Porfirio Díaz, si aquel Dictador que se ha convertido en Héroe y Villano de nuestro México, pero eso se tratara otro día... Corría el año de 1910... Imaginen el pujante México de aquellos años!!! Las amplias calles en la Ciudad, el Puerto de Veracruz en proceso de MODERNIZACIÓN, toda una maravilla de país en progreso.
Entre toda este barullo de cambios y progreso, en 1910 nace el Hospital Psiquiátrico, sus primeros pacientes fueron mas o menos 350 hombres que fueron traídos del Hospital San Hipólito y unas 400 mujeres que venían del Hospital del Divino Salvador. Muchos de ellos diagnosticados con epilepsia, algunos de ellos murieron en los primeros ocho años de haber sido internados en tan INFAME lugar.
La Castañeda fue concebida a lo grande, era muy extensa; tenía 23 pabellones y un edificio central, así como sus patios donde pasaban la mayor parte del tiempo algunos pacientes.
La vida de este Hospital, llegó hasta 1968... Año en que fue demolido y en donde hoy se encuentran Unidades Habitacionales, Supermercados, y las famosas Torres de Mixcoac, el Instituto de Epidemiología, el del Instituto de la Comunicación Humana.
La Castañeda, un MAL SUEÑO, un MAL RECUERDO, algo que lo HISTORIA no ha querido RECORDAR... Algo que no ha merecido ni siquiera, ser mencionado con alguna PLACA CONMEMORATIVA...
Bueno, pero no podemos irnos sin antes... Leer algunas HISTORIAS de dicho lugar...
Jaime Hernández...
“Yo vivía cerca de la Castañeda, y era un chamaco de unos 7 años, la barda que separaba el manicomio del resto de nosotros era enorme, pero tenía un hoyo y por ahí nos metíamos a cazar ratones”. Querido lector, Jaime no siempre tuvo éxito cazando ratones, pero sin duda aquel día decidió no intentarlo nunca más. Estaba con su amigo, ambos al pendiente de que ningún loco anduviera suelto, ya tenían al ratón en la mira, cuando un grito de alerta hizo que tanto ellos, como el ratón, salieran corriendo. Se habían escapado los locos. Jaime corrió lo más rápido que pudo, pero uno de ellos llegó antes que él a la barda; entonces Jaime se detuvo desesperado y asustado sin saber muy bien qué hacer, el enfermo se acercó a él y le lamió el cachete."
Abuelita Isabel...
La abuelita Isabel es mi abuelita, bueno, era. Durante muchos años trabajó como enfermera de la Castañeda, nunca me contó sobre las atrocidades que se cometieron ahí dentro. Atrocidades que, a lo mejor, ella misma tenía que llevar a cabo, dado que era su trabajo y, como muchos otros enfermeros, necesitaba mantenerlo. Tenía muchas historias, muchas. Entre ellas cuenta la historia de la mujer de las rejas. Mi abuelita cubría las noches y las madrugadas. La peor hora para lidiar con los muertos; la mayoría de los vivos, duermen. Cada piso tenía un pasillo que llevaba a las escaleras y este siempre estaba protegido por rejas y candados, para evitar que los locos anduvieran por pasillos que no les correspondían y, además de eso, para evitar que se lastimaran. En las noches hacían rondas y cada enfermera se turnaba. Mi abuelita estaba sentada en un banco incómodo a la espera de que acabara su turno, cuando escuchó cómo una enfermera abría la reja de algún pasillo, la cerraba y bajaba un piso; escuchó sus pasos recorrer el pasillo y seguir con el otro. Escuchó distintas rejas abrirse y cerrarse, y cuando llegó el momento de la reja del pasillo que ella cuidaba, imperó el silencio. Nada. No era nadie, no había nadie. Cuando mi abuelita miró la hora, se dio cuenta de que la hora de rondas no era sino hasta 30 minutos después.
Estela..
Hasta hoy, lo que ha avanzado la medicina, psicología y psiquiatría ha marcado claramente un parteaguas en la clasificación de locura. En aquel entonces todos aquellos que no siguieran los protocolos marcados por la sociedad eran considerados locos y, por lo tanto, eran encerrados. ¿Discapacidad mental? ¡A la Castañeda! Ese fue el caso de Estela, una niña, en ese entonces, a quien dejaron en las puertas del manicomio. Mi abuelita la conoció, cuidó y protegió durante el tiempo que pudo y fue tal su cariño hacia Estela que la adoptó, sin papeles ni nada; la sacó por la puerta principal para llevarla a su casa. Nunca más volvió a la Castañeda y probablemente jamás recordó haber estado ahí. Murió años después de su abandono y nulo conocimiento sobre la discapacidad por parte de sus padres; al final se supo que no tenía ninguna enfermedad mental, sino diabetes.
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