lunes, 21 de marzo de 2016

TRADICIÓN: Así se vive semana santa en Sonora.


Los recuerdo desde que era pequeña. Seres tan extraños con mascaras y una vestimenta muy rara que me asustaban y corría debajo de mi cama para que no me “atraparan”, debo confesar que aun les tengo miedo a pesar de ya saber el porqué de su vestimenta y un poco de su tradición. 

A ellos se les llaman “Fariseos” pero bueno que significado tienen, les explico.

Hay un escrito del nuevo testamento: -“Dos hombres subieron al templo a orar: Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como éste publicano; ayuno dos veces por semana y doy diezmo de todo lo que gano. Mas el publicano estando lejos no quería alzar los ojos al cielo, y decía: “Dios, sé propicio a mí, yo pecador”. Entonces Jesús El Cristo, le contestó: “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

Cuánta profundidad contiene esta parábola, nos recuerda lo especial que nos creemos y la falsa humildad que tenemos, nos hace reflexionar.

Pero bueno quien se viste de Fariseo representa lo malo de la historia en la ceremonia de semana santa asume ese papel, a modo de manda. Fabrican con sus propias manos una máscara que están hechas con piel de chivo o puerco. Tras ella hay un sacrificio y anda en los pueblos, calles de de la ciudad durante 40 días.

No hablan ni una palabra, mientras la usan, se comunican a través de señas. En su boca llevan un Rosario que le recuerda no caer en la tentación. Lleva una espada de madera en una mano,  mientras con su diestra en forma de cuchillo, va tocando madera con madera, haciendo ruidos extraños, como extraña es su presencia.

Esos ruidos son constantes y los hacen más fuertes según sea el caso. Su finalidad es llamar la atención y lo logran cuando están en una ceremonia de oración, por ejemplo en la noche de El Conti cuando se está orando.

Pero hay momentos en donde las cantoras (mujeres), agudizan su canto de tristeza que embarga y le da al ambiente una mística profunda que rodea el templo. Pero entonces los fariseos o chapayecas (también llamados así), mas intensifican sus movimientos para hacer intenso ruido, la idea es distraer a los asistentes para que no oren.

Su papel es distraer a la conciencia, y los primeros en caer son los niños, claro! porque los niños representan la inocencia “incauta” presa de una disfrazada maldad.

Ver eso en un templo llama a reflexionar. De cómo también en los adultos siempre tenemos un fariseo dentro de nosotros. Que no nos permite tener la concentración puesta en la oración.

La gente los ve y dice: “Ahí vienen los fariseos”. Creen que su manda es danzar para pedir limosna. Sin embargo su finalidad no es pedir dinero. Al contrario, los fariseos se despojan de lo que traen externa e internamente.

Siempre que el hombre chapayeca va a ponerse la máscara debe estar acostado en el suelo  y desde ahí colocarla en su cabeza, simulando que está muerto y ahora vive en el personaje de la máscara. Representa que ya no es él, sino un Fariseo.

Los fariseos llevan una responsabilidad, asumen un papel fundamental, para esas fechas el peor papel: ser fariseo. Por eso su máscara simula lo grotesco, lo burdo, el ego.

Los fariseos durante toda la cuaresma se ponen la máscara de la mentira que es lo contrario a la verdad. “Chapayeca” en lengua yaqui significa “nariz larga”. En ella va toda la carga, lo denso, lo absurdo, lo mezquino, lo miserable, el autoengaño de la soberbia. El fariseo representa un payaso, se mofa de sí mismo.

Mientras en nuestra sociedad, en contraste, no nos quitamos nuestra máscara, ni en cuaresma, nunca, y menos la lanzamos al fuego cada año.  Al contrario, tenemos varias máscaras y las vamos perfeccionando. Les damos un uso diario en el trabajo, a nivel social, en la religión, en la política, para cada ocasión hay un rostro… “Los que sonríen con solo media risa” como canta Silvio Rodríguez  en una de sus composiciones de “los presos de su propia cabeza acomodada”

Ellos dan, dan todo lo que poseen. Eso intangible, secreto, y al darlo, los hace más ligeros. 

La humildad de lo simple que los eleva, con los pies bien puestos sobre la tierra como el polvo está bien puesto en sus sandalias gastadas. Van pregonando sin hablar. Su pregón es sin palabras y queda, no se lo lleva viento. En sus actos va el pregón, el sacrificio, lo entienda o no lo entienda la gente. Claro, ¿cómo vamos a entenderlo? si el sacrificio es un acto desterrado en nuestra vida, lo que nos rige es la comodidad y la autocomplacencia.

Ellos se entregan en su promesa a Dios, mientras que nosotros en verdad somos los fariseos. Fariseos como sociedad y como individuos solo que nunca destruimos nuestras mascaras.


En Sábado de Gloria, reúnen todas las máscaras y les prenden fuego. Ahí, junto a sus espadas de madera, arde también el Judas Iscariote, símbolo profundo oculto, que ellos conocen y respetan. Porque la traición también cumple un papel, el más oscuro, representado en forma de cruz de palmas que en llamas se consumen hasta incinerarlo todo.

Entonces se redime ante la creación, y su espíritu, cual ave fénix, se convierte en el viento mismo, que besa el Bacatete.

Y con la traición hecha cenizas, los Fariseos fortalecen la lealtad. Ese valor impregnado en su sangre que resucita. Que vive en ellos aún más. Ese día  es de Gloria en el cual respiran Libertad.

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